Repulsa pensar que la Virgen María pueda tomar partido en las guerras de la Historia, entre facciones humanas, las de sus hijos peleados.
Cuesta creer que decante victorias en batallas que Ella más que nadie sabe que son fratricidas, peor homicidas de su Hijo ¿Si a toda la humanidad dirige su amor de Madre, cómo puede involucrarse en las divisiones sobre la filiación de su Hijo?
Mas la lucha de María Madre no es por uno u otro bando de sus hijos. Es contra quién le tiene jurada enemistad a Ella y declarada guerra al hombre, a sus hijos, y los enfrenta. Al inclinar una batalla -¡y tanto que da ventajas!- no toma María partido por un bando humano. No castiga a unos y premia a otros. No es de facción. Simplemente levanta su mano sobre un brazo armado que no es de hombre, sino de otro, que aquí y allá, nos quiere mover a nosotros, aquí y ahora, a reyerta.
No cabe en este siglo XXI esperar guerras abanderando Cruz. Sí medias lunas o triángulos raros que bajo capa de amor universal nos encuentren sin fervor a María.
Próximamente daremos crónica de tres intervenciones de esta Madre Nuestra tan Reina de la Paz, como auxiliadora:
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La batalla de Empel y la Inmaculada (1585)
- Lepanto
y el Rosario (1571)
- El milagro de la batalla del Marne (1914)
- El milagro de la batalla del Marne (1914)